213.000 seguidores
Bajo su temida fachada, Ayub esconde otra cara más tierna, tamizada también por los estertores de un país abonado a las refriegas. "Estoy casado y tengo cinco niños, cuatro hijas y un varón. Al terminar las escaramuzas vuelvo al hogar. Trato de enseñarles a mis pequeños a tener paciencia a pesar de la situación que atravesamos. Mi esposa sabe que estamos en la yihad [guerra santa] y se lo explica a los hijos". Sobre los escasos instantes familiares de los que goza últimamente también levanta acta en su página de Facebook, con más de 213.000 seguidores. En una de sus últimas entradas, el grandullón aparece sentado sobre una alfombra y rodeado de sus retoños. "Con mis niños durante la cena. Algunos huevos, pan y té. Gracias a Alá", escribe Ayub.
El hombre más admirado y odiado de un Irak roto en mil pedazos se guarda de revelar la cifra de yihadistas a los que les han arrancado la vida. "No puedo decirle un número exacto porque no todos han muerto ante mis ojos", lamenta. "Buena parte de la guerra se libra a golpe de misiles". Aficionado al boxeo, el yudo y la halterofilia, al ángel de la muerte -su nombre de guerra- se lo rifan los políticos y los ministros chiíes, siempre en busca de su fugaz minuto de fama.
Él, sin embargo, rehúsa las repetidas ofertas de casarse con un partido o hacer carrera en los despachos. De momento, prefiere la admiración que despierta entre los más pequeños, seducidos por el eslogan de Ayub que anima a "hacer polvo" al rival. "No me gustan que me llamen el ángel de la muerte fuera de mi pelotón. Me alivia pensar que cuando voy por la calle y los niños me reconocen, me piden que me tome fotografías con ellos. No tienen miedo de mí", dice. "Incluso hay mochilas escolares con mi nombre y mi retrato".
El 'Bulldozer' del IS
Sostiene el Rambo de Bagdad que ni siquiera ha escuchado mencionar su nombre pero en los cuarteles del autoproclamado califato actúa como su "alter ego". El apodado Bulldozer de Faluya (la apisonadora, en inglés) es una mole de 200 kilos que se arrastra por las calles que conquista el llamado Estado Islámico (IS) alimentando su historial de decapitaciones, amputaciones y despiadados crímenes. Pocos datos han trascendido de su biografía.
Nació en Faluya, una ciudad iraquí a 50 kilómetros al oeste de Bagdad y uno de los principales enclaves de la vasta provincia de Al Anbar, un histórico refugio de los yihadistas. En sus confines el frágil Ejército iraquí libra batalla con escaso éxito desde principios de 2014. Un granero perfecto en el que el Bulldozer aprendió el arte de la guerra más feroz. Desde que entrara en escena hace unos meses, el nuevo villano del IS ha propagado el terror entre los habitantes del territorio que la organización yihadista controla a caballo de Siria e Irak.
En la primera imagen difundida de sus fechorías, el gigante aparece asido a un arma de fuego antiaéreo de 52 kilos. Ajeno al peso, el combatiente la empuña sin dificultad. En los siguientes fotogramas, levanta la espada instantes antes de dejarla caer sobre el cuello de un hombre que -arrodillado, en camiseta interior blanca y con los ojos vendados- espera la muerte en una plaza abarrotada de curiosos. En uno de los vídeos que ensalza sus acciones, el matón se retrata entre cadáveres decapitados.
Su creciente fama entre los muyahidines (guerreros santos, en árabe) le ha convertido incluso en personaje de videojuego. En una pieza divulgada por la maquinaria mediática del Estado Islámico, el Bulldozer encarna a un combatiente que -armado hasta los dientes- se abre paso por las calles de una ciudad occidental liquidando a sangre fría a todo aquel "infiel" con el que se encuentra en su macabra ruta por centros comerciales y edificios públicos.
Siempre enmascarado
Las alabanzas a su figura casan bien con la estrategia del IS, que, desde que recuperara el hálito al calor de la guerra civil siria, ha tratado de presentarse como una fuerza invencible, "sedienta de sangre" y bendecida por Dios para insuflar pánico entre sus rivales y expandir sus dominios a costa de sucesivas espantadas.
Unas pautas que el Bulldozer secunda sin rechistar y que esbozó en 2004 Abu Musab al-Zarqaui, el entonces líder de Al Qaeda en Irak, germen del actual IS. Uno de sus discípulos, Abu Bakr Naji, reunió ese modus operandi en una obra titulada Gestión del salvajismo, a la que recurre hoy la parroquia del IS para justificar sus crímenes.
"Difundir la brutalidad, una característica de la comunicación del IS, sirve para gratificar a los partidarios locales, atraer a nuevos seguidores en el extranjero y situar al grupo como una entidad capaz de cambiar el statu quo", reconoce el experto Charlie Winter, autor de un reciente informe que analiza el material mediático del grupo. "Documentar las ejecuciones", advierte, "busca intimidar a los adversarios, provocar reacciones irracionales de los medios de comunicación y polarizar las comunidades".
Como sucediera con uno de sus infames predecesores -John el Yihadista, de nacionalidad británica y origen kuwaití, que habría sido alcanzado por un dron estadounidense a mediados de este mes-, la apisonadora de Faluya jamás ha dado la cara. Hasta ahora ha ocultado su rostro bajo un pasamontañas negro y guardado celosamente su verdadera identidad, de la que ni siquiera da cuenta la propaganda del califato.
En realidad, los contados datos del Bulldozer y sus tropelías los conocemos a través de Omar, un chaval sirio de 14 años que cayó en las garras del Estado Islámico mientras luchaba a las órdenes de un batallón del Ejército Sirio Libre en la provincia siria de Deir Ezzor.
Fue hecho prisionero y trasladado a Mosul, bastión del califato en suelo iraquí. Durante un largo mes y medio sufrió un sinfín de torturas en las mazmorras de la organización que dirige Abu Bakr al-Bagdadi. "Me preguntaban: ¿por qué no juras lealtad al Estado Islámico?, ¿por qué no luchas contra los no musulmanes junto a nosotros? Pero son ellos quienes están asesinando a los musulmanes", ha relatado el adolescente en una entrevista emitida por el británico Canal 4.
Uno de aquellos inquisidores, quien le terminaría infligiendo las huellas que luce su cuerpo, fue precisamente el monstruo de Faluya. "Reunieron a mucha gente y me ataron manos y pies. Luego, colocaron mi mano sobre un bloque de madera y la cortaron con un cuchillo de carnicero. Poco después hicieron lo mismo con el pie y los pusieron delante de mis ojos para que pudiera verlos", evoca el chico, todavía convaleciente.
Único superviviente
Omar, que abandonó hace unas semanas su patria y reside actualmente en Turquía, no tiene dudas: fue el Bulldozer quien ejecutó la mutilación que lo mantiene desde entonces postrado en una silla de ruedas y le ha cambiado la existencia. "Cuando salgo de casa", se queja, "no regreso hasta la noche porque hay escaleras. Desde que me cortaron pie y mano, he dejado de vivir. No puedo caminar ni transportar nada".
Como los otros cientos de amputaciones que el IS ha perpetrado y propagado en sus publicaciones y vídeos, la de Omar concitó la atención de numeroso público para alegría del gigante. "Llevaron a niños y adolescentes y les dijeron: 'Este hombre es un infiel y por esa razón le cortamos las extremidades. Todos los que luchan contra nosotros sufrirán el mismo destino'", narra el muchacho, que guarda en su teléfono móvil una fotografía de su verdugo.
Aún envuelto en vendajes, Omar es el único superviviente del Bulldozer que ha escapado a su sable. La víctima que rechazó enrolarse en el IS y que podría desenmascarar a su soldado más sádico.
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