A un año de la marcha de Kevin Durant desde los Oklahoma City Thunder a los Golden State Warriors, hay quien no se olvida… Una carta muy íntima y personal, que sirve para cerrar un capítulo. Esto es todo. Es hora de hacer borrón y cuenta nueva.
Sígue este blog en facebook y mantente actualizado
Hoy, al hacer un año de la marcha del que una vez fue mi ídolo a la bahía, he decidido compartir con todos vosotros mi lado más personal haciendo pública una carta que le escribí a Kevin Durant el mismo día en el que consiguió su ansiado anillo.
ADIOS KEVIN
Que poca vergüenza.
Lo siento, pero hoy voy a desahogarme diciendo todo lo que he reprimido durante casi un año.
“Es de bien nacido ser agradecido.”
Y te juro que lo he intentado, hasta ahora siempre he intentado seguir ese dicho al pie de la letra, pero tú eres quien me lo ha impedido hoy. Y es que verte emocionado levantando un trofeo que no te correspondía me enerva. Esas lágrimas cubriendo tu rostro y ver cómo no te salían las palabras por la emoción del momento me han roto aún más el corazón.
Y disculpa que te diga esto, pero Kevin, después de tantos años a tu vera creo que tengo más que derecho a decírtelo. ¿Qué te ha pasado? En un año has cambiado. Pero mucho. Para mal. No en el ámbito profesional, en ese te has superado con creces. Yo me refiero al importante, al que al final del día es el que de verdad importa. Tú antes no eras así, mi Kevin no era quien aparentemente eres hoy. Era un chaval humilde, respetuoso… e incluso me atrevería a decir que reservado, al que si había algo que le caracterizaba era el compañerismo. Y es curioso como ahora esa misma palabra sería la última que rondaría mi mente.
Algo ha tenido que pasar, ¿no?
Puede, quizá… estas duras palabras te estén tocando el corazón, porque aunque nos hagan creer que todos los deportistas de élite estáis hechos de otra pasta, al final todos somos humanos.
No sé si te acordarás, pero de entre todos los Thunder con los que tuviste un enfrentamiento cara a cara el pasado verano, peleaste contra mí y me dejaste en el cuadrilátero magullada y malherida tras un gancho a toda potencia en la mandíbula. Casi nada. Pero de las pocas cosas que he aprendido en esta vida es que si te caes, te levantas, y yo que siempre he sido muy competitiva te pido la revancha. En el ring. Ahora.
Te odio, Kevin Wayne Durant.
Te odio porque nunca quise a nadie como a ti.
Te odio porque “0’3 segundos en el reloj para que acabe el séptimo partido de las finales. 101-103 abajo en el marcador. Posesión para Oklahoma y hay que jugarse el triple. Con quién te lo juegas: ¿Durant o Westbrook?”
Te odio porque una vez, una niña pequeña ahorró durante una larga temporada para poder comprarse por sí misma su primera camiseta NBA. No bastaba una réplica. No, no, no. Eso hubiera sido un sacrilegio. Tenía que ser una original acompañada de la etiqueta de la NBA Store como prueba. La niña escogió la azul, aquella que te favorecía tanto, ¿te acuerdas, Kevin?
Te odio porque unos años más tarde le destrozarías el corazón a aquella niña que se refería a ti como su ídolo.
No me mires así, Kevin.
Te consolará saber que esa misma camiseta se encuentra al final de su armario hecha un gurruño. Pero mejor eso a que esté hecha cenizas, ¿no?
Te odio porque has escrito tu nombre con permanente en mis ojeras. Y la verdad, es que son pocas ojeras para la cantidad de anhelos frustrados en los que tú siempre fuiste el protagonista.
Te odio porque fui una pobre ilusa que se creyó todas tus mentiras. ¿Recuerdas el tweet que colgaste el 16 de julio del 2010? Apuesto a que sí, la cifra de notificaciones que te deben de llegar a ese tweet debe ser infinita. No voy a leerte lo que dijiste textualmente porque mi objetivo no es humillarte, y además me consta que te lo sabes de memoria. ¡Ay, Kevin! Ojalá te hubieras mantenido fiel a tu palabra.
Déjame matizar una cosa con respecto a ese tweet: lo que hizo LeBron no es comparable a lo tuyo.
Él era una simple pieza que encajar en un puzzle. Un puzzle de esos de 1.500 piezas diminutas que son tan complicados de terminar sin desistir. Si logras completarlo, el resultado será apoteósico, pero si no lo consigues, será una pérdida de tiempo la cantidad de horas empleadas para nada.
Por fortuna o por desgracia su pieza fue la ‘chosen one’, y el esfuerzo y constancia por descifrar el rompecabezas, trajo consigo varios años de gloria.
En cambio, tú optaste por ser pieza de un puzzle de cuatro porciones. Las piezas de Curry, Klay y Green ya casaban. Solo quedaba una. La tuya era una de esas que funciona como llave maestra. Una pieza cuya forma encaja en distintos lugares y en diversos puzzles.
Yo no sé tú, Kevin, pero eso en mi barrio se llama ir por el camino fácil.
Y es que debí haber sabido que no cumplirías tu promesa, porque hoy en día lo único que la gente cumple son años.
Te odio porque aunque te encargaras de echar a la razón por la que hoy soy de Oklahoma, yo le faltaría al juramento de lealtad que nos vinculaba para respaldarte.
Te odio porque nos dejate. Me abandonaste, Kevin. Es curioso el hecho de que te marcharas justo en el momento en el que más cerca estuvimos el uno del otro. Tú en Oklahoma y yo en California. Tan solo 2.336 Km de por medio. Juro que pude sentir el roce de nuestros dedos. Una caricia tan fugaz como imperceptible que siempre estará presente donde no se piensa, pero sí se siente.
Te odio porque Golden State Warriors. ¿En serio, Kevin? Hubiera hasta podido medio entender que te marcharas a Washington, tu ciudad natal, pero ¿a Oakland? ¿Al equipo del 73-9 que se las prometían muy felices hasta que nos vieron las caras en finales de conferencia? Podríamos haberlos ganado, si tú… en fin, para que darle más vueltas al pasado, si el pasado, pasado está.
Te odio porque he recaído. Me ha salido en ‘sugeridos’ tu tu vídeo del discurso del MVP. No he podido resistirlo y antes de poder reaccionar, el ratón ya había pinchado en él. La peor decisión de mi vida. Por un momento mi corazón ha sentido compasión de ti y me ha pedido que me humanizara. Gracias a Dios, el cerebro ha estado rápido y ha mandado alertas de pánico a todo mi sistema nervioso. Casi lo consigues Kevin, pero no voy a volver a caer en tus embrujos.
Te odio porque siempre te identifiqué con William Wallace, un noble guerrero que luchaba por la libertad de los suyos, cuando poco después te convertiste en mi Norman Bates particular, y es que Kevin, las apuñaladas por la espalda siempre duelen.
Pero sobre todo, te odio porque me hechizaste con tus encantos y me impediste ver la realidad tal como era. Te idolatré a ti. Te nombré mi ídolo, mi referente, mi capitán… y cuando no supe que más darte, te entregué mi corazón. Pero cuando te dije que mi corazón era tuyo, creía que entenderías que esa palabra incluye el tú y el yo. TuYo. Sin embargo, una vez en tus manos te encargaste de desgarrarlo lentamente hasta hacerlo trizas.
Durante todo este tiempo te he admirado por quién eras, sin saber que la imagen que alababa no era la tuya, si no la de tu excompañero y exhermano Russell Westbrook.
Te odio porque a día de hoy no soy capaz de mirar a Westbrook a la cara sin sentirme avergonzada. Pero en cierto modo te doy las gracias, porque todo final es nuevo comienzo, y a diferencia de ti, Russell ya me ha dado el ‘Sí quiero’.
Hemos prometido amarnos y respetarnos. En las buenas y en las malas temporadas. En los momentos de gloria y en los de tragedia. En la salud y en las lesiones. Hasta que la retirada nos separe.
En definitiva, a pesar del tiempo y la distancia sigues siendo mi mejor excusa para escribir. Pero esta vez, he de decirte que es la última. Porque escribir es borrar, dicen los entendidos. Ha sido un placer compartir estos años contigo, siempre velarás como un recuerdo, y es que algunas personas DURANT lo mismo que un recuerdo, toda la vida.
Adiós Kevin. Después de este ‘knock-out’ es hora de colgar los guantes.
Te quiero.
Susana
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario...