Rusia: una potencia mundial, fuerte y segura de sí misma. Es la imagen que el presidente Putin proyecta en todo el mundo. Años después de la desintegración de la Unión Soviética, Putin reafirma las tradiciones rusas y los valores de la época zarista.
A ojos de muchos ciudadanos, el presidente Vladímir Putin les ha devuelto a los rusos el orgullo nacional, la fama y el honor. Un importante pilar del poder del Kremlin son los cosacos, asociaciones ultraconservadoras que son veneradas como guardianas de los valores rusos y que asumen tareas paramilitares para Putin. Se calcula que en Rusia son unos cinco millones de personas y sus familias.
Estas comunidades de jinetes, cuyos orígenes se remontan al siglo XV en las estepas, a lo largo de la historia estuvieron al servicio de muchos amos, incluidos los zares, y en la Segunda Guerra Mundial formaron parte de las fuerzas armadas nazis.
Durante la era soviética sufrieron la represión, pero hoy cuentan con el apoyo de Putin. El presidente da gran importancia a las tradiciones rusas porque refuerzan el patriotismo, y este une al país. Junto a policías, decenas de cosacos vigilan puntos importantes de la ciudad y golpean a los disidentes en las manifestaciones.
Otro importante pilar para el poder de Putin es la Iglesia Ortodoxa Rusa, que con el presidente ha recuperado su importancia y tiene una gran influencia en la política; una alianza que beneficia a ambas partes. A pesar de que el artículo 14, inciso 2, de la constitución rusa prevé la separación del Estado y la Iglesia, esta se considera a sí misma un baluarte contra las influencias externas y apoya al Kremlin, como cuando este aprobó la anexión de Crimea.
La Iglesia también se ve como una guardiana de los valores rusos. Por ejemplo, la homosexualidad le parece un indicio de la proximidad del fin del mundo. Ahora, la Iglesia Ortodoxa Rusa ha expandido enormemente su influencia en la sociedad. Este reportaje muestra cómo el regreso a los viejos tiempos y a los valores de la época zarista revive "la gloria de Rusia".
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