Cuando solo han pasado 18 minutos de conversación con Teknautas, Moon Ribas ya asegura que, en algún punto indeterminado del globo, la Tierra ha hablado. El planeta solo se comunica con quien sabe y quiere escuchar, como la bailarina, y ella tiene el privilegio de percibir sus señales en tiempo real, incluso antes de que Twitter las anuncie.
Esta catalana, que se define como activista cíborg, siente los movimientos sísmicos que se dan desde el nivel 1 en la escala de Ritcher, en cualquier punto, por muy lejos o cerca que ocurran. Sucede muchas veces al día, "a veces cada 8 minutos, a veces cada 20", explica.
Cuando ocurre, su brazo izquierdo vibra brevemente, aunque con diferente intensidad dependiendo del propio terremoto. Lo hace gracias a un dispositivo insertado un poco más arriba del codo, conectado a un sistema que ha desarrollado con ayuda de un ingeniero de software y que se conecta a sismógrafos en línea. "Cada vez que hay un dato nuevo lo percibo".
Sí, tiene conexión directa con el planeta y con uno de los movimientos que considera ancestrales, "probablemente uno de los primeros que existieron". Le hace sentir que su entorno está vivo y asegura que percibe los terremotos como si fueran la respiración de la Tierra, su latido.
Más allá de ese sentimiento espiritual, Ribas siempre busca alternativas para crear movimiento y aplicarlas a su pasión por la danza. Por eso, antes de injertarse el dispositivo que le avisa de los desplazamientos terrestres, ya había experimentado con otro tipo de tecnologías que también le permitían entender el estado de los cuerpos mientras cambiaban de lugar o posición.
Midiendo la velocidad de los peatones
En uno de sus primeros proyectos, la bailarina llevaba unos pendientes con sensores de movimiento con los que podía medir la velocidad de quienes circulaban y darse cuenta de que la gente cambia el ritmo al caminar, según el lugar en que se encuentra. Estudió cuál era la diferencia entre diferentes capitales europeas y se dio cuenta de que, "sin querer, vas a andar más rápido en Londres que en Roma".
Después, al girar los pendientes, entendió que también podía comprender la realidad que quedaba a sus espaldas y que habitualmente se ignora. En esos momentos aún no llevaba ningún implante, pero ya se sentía cíborg. El paso siguiente y "natural" era percibir un movimiento más universal, que no dependiera de personas ni de objetos porque "no solo los humanos nos movemos". Ahí fue cuando analizó la posibilidad de sentir los terremotos, como una oportunidad de seguir percibiendo vida aunque estuviera sola en el planeta.
Su pieza artística Waiting for earthquakes es un ejemplo. En este trabajo, los terremotos se mezclan con la danza: la bailarina espera, quieta, hasta que la vibración sucede. Entonces baila y expresa lo que en ese momento siente al notar el movimiento sísmico, "la tierra decide cuándo y yo cómo", explica. Por eso su actuación no tiene principio ni final, puede durar unos pocos minutos o incluso horas.
La coreógrafa se ve a sí misma como si fuera una escultura viviente que invita a los espectadores a escuchar a la Tierra. Su creación artística está pensada para salas de espera, espacios públicos, festivales o museos donde los transeúntes pueden decidir cuánto tiempo permanecer a la espera, simplemente observando. Mientras no haya terremotos, no habrá danza.
Vivir los temblores de la Luna
La cosa no se queda ahí. Su siguiente paso será ir más allá de este planeta y "vivir la actividad sísmica de la Luna", conectándose al sismógrafo que la registra. Explica que contará con dos implantes, el que ya tiene en el brazo izquierdo y uno en el derecho encargado del satélite. Con respecto al de la Tierra, también tiene el objetivo de saber a qué distancia se producen los terremotos, por lo que la vibración será diferente en función de si el movimiento ha ocurrido más cerca o más lejos.
Su pasión por estas cosas no es casual. Trabaja en este sector desde hace años de la mano de otro cíborg, su famoso amigo Neil Harbisson (el hombre que escucha los colores), con quien cofundó en 2010 la Fundación Cyborg, una organización internacional con sede en Barcelona que ayuda a otras personas a convertirse en uno de ellos, a defender sus derechos y promoverlos como un movimiento artístico y social. Nació, también, con el objetivo de investigar y crear nuevas percepciones y sentidos vinculados a la tecnología.
De hecho, aunque Ribas no recuerda en qué momento exacto ni cómo se inició su aventura, asegura que siempre ha tratado de encontrar un nuevo sentido. "Buscar mi sentido", dice. Sostiene que ya no es necesario que nazcan del propio cuerpo, sino que pueden extenderse, ampliarse, y se imagina un futuro en el que, además de interearnos por la procedencia, preguntemos: "Oye, ¿y qué sentido tienes tú?"
Aunque parezca algo natural, ser cíborg no la hace sentirse más cerca de las máquinas o de los robots, pero sí de la naturaleza. Le ayuda a "entender profundamente dónde vivimos". Desde este punto de vista, sabe que la tecnología que lleva incorporada no se convertirá en una adicción. No la bloquea: sigue siendo consciente de su realidad y no deja nada de lado para volcarse en ella.
De hecho, y aunque un archivo recoge la información de todos los terremotos que siente, afirma que no suele buscar datos sobre qué ha ocurrido o dónde excepto si es relevante.
El caso de Nepal
Hay algunos casos inevitables, que dejan marca. Recuerda especialmente el reciente terremoto en Nepal que notó durante la noche, le despertó y le hizo sentir "muy mal". "Era como si yo estuviera allí, una sensación muy extraña. Lo sentí como ellos, pero estaba en un contexto muy diferente", relata. Su implante no solo crea una vinculación con el planeta, sino también con la gente. Por eso, de cara al año que viene, tiene planes de impulsar una organización para ayudar a las víctimas de estos desastres naturales.
Cuando pensamos en cíborgs lo hacemos en mitad humanos, mitad robots: entes con partes metálicas y muy futuristas. Sin embargo, la bailarina asegura que nunca ha pretendido que su condición fuera muy visual. "Para mi la integración corporal es lo de menos", señala, y por eso decidió situar su implante en un lugar cómodo, con la intención de que no fuera impedimento para realizar tareas cotidianas como cocinar o comer.
Por eso le gusta distinguir entre el cíborg neurológico, que modifica su cerebro; el biológico, que cambia su cuerpo; y el psicológico, que se siente como tal. "Es como quien se siente mujer y está en un cuerpo de hombre", sentencia. "Es igual de válido".
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