Hay dos testimonios claves en relación con el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, de la actitud asumida el día 19 de mayo de 1965, que revelan su decisión no solamente de combatir sino de vivir. No era un hombre que marchaba a la inmolación sino a la victoria. En horas de la mañana del 19 de mayo, llamó al capitán Marino Almánzar, quien era un militar de absoluta confianza de Fernández Domínguez y que pertenecía al grupo original, que lo siguió como su líder desde la Academia Militar Batalla de las Carreras, para ordenarle que el tanque de guerra AMX cañón 75 ml, que se encontraba en el Parque Independencia, fuera utilizado en el asalto al Palacio Nacional. El capitán Almánzar había sido el jefe o encargado de la unidad de los tanques de guerra, y después de la derrota sufrida por el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas, en la cabeza del Puente Duarte, había logrado capturar alrededor de más de 12 tanques y carros de asalto que fueron abandonadas por los militares, mientras otras unidades fueron incendiadas e inutilizadas.
En la zona constitucionalista luego del cerco o corredor de seguridad de las tropas invasoras, solamente quedaron tres de esos tanques de guerra, los otros estaban dispersos o inservibles en diferentes puntos de la zona norte de la ciudad, ya que los militares constitucionalistas que se apoderaron de ellos, en su mayoría ante el desembarco norteamericano, abandonaron la lucha, no sin antes sustraer el lente de tiro que era imprescindible para lograr la precisión de los disparos. El coronel Fernández Domínguez le explicó al capitán Almánzar lo importante que sería que ese tanque pudiera disparar hacia la parte frontal del Palacio, ya que los impactos aterrorizarían a los militares y con ello facilitaría el avance de la columna de Illio Capocci. Para ello el tanque debía acompañar la columna de Capocci, mientras el coronel Montes Arache y él, dirigirían sus respectivas formaciones militares para materializar el éxito de la “operación lazo”.
El capitán Almánzar le explicó al coronel Fernández Domínguez que el tanque carecía del lente de tiro, y que por lo tanto, no habría precisión de los disparos. De todas maneras, el coronel Fernández Domínguez le ordenó al capitán Almánzar, que disparara contra el objetivo militar del Palacio, y tratara de dirigir sus esfuerzos para lograr que el tanque al disparar impactara en la vieja estructura palaciega, además de que el uso del tanque en la toma del Palacio, le imprimía al combate un poder de fuego superior y facilitaba la penetración de las otras unidades de lucha, creando desconcierto en las tropas acantonadas. El tanque de guerra dirigido por el capitán Almánzar junto a la columna de Capocci, disparó sobre el Palacio Nacional, pero ninguno de sus disparos hizo blanco en la edificación, pasando los mismos por encima de ella. Al despedirse del capitán Almánzar, antes de la “operación lazo”, le dijo, “nos veremos en la noche después de la toma del Palacio”.
Esta última afirmación es de un hombre decidido, valiente y con fe en la victoria, jamás de alguien que va a morirse o que piensa caer en la refriega.
El segundo testimonio lo ofreció el coronel Fernández Domínguez, minutos antes de caer baleado por tropas interventoras. Logrando romper la emboscada que le tendieron los guardias del CEFA en el callejón de la casa del doctor Marcelino Vélez Santana, obteniendo su primera y única victoria en el combate, silenciando la ametralladora calibre 30 ó 50 que desde los garajes de los tanques, le había cortado el paso a los combatientes de su pelotón, ordenó a Juan Miguel Román y a los otros combatientes del 14 de Junio, que salieran del callejón, porque aunque la ametralladora del CEFA no disparaba, una cortina de fuego ensordecedor la había sustituido desde diferentes ángulos del espacio físico, por donde debieron penetrar para apoderarse de los tanques y encontrarse con Montes Arache (era la artillería de la unidad militar de los marines norteamericanos, la que había acudido en auxilio del CEFA). Planteó que sería un suicidio continuar, que era importante salir de la encerrona, e indagar la situación que se había presentado (Fernández Domínguez ignoraba que Montes Arache estaba herido y algunos hombres ranas, y que francotiradores posicionados en lo alto del edificio de la Caribean Motors en la calle 30 de Marzo cazaban selectivamente a los combatientes constitucionalistas). Al intentar salir a la calle 30 de Marzo fue un acto de recomposición de fuerzas y de preservación de las vidas de los combatientes que lo acompañaban.
Al ser los primeros en salir (Fernández Domínguez y Juan Miguel) son acribillados por la espalda, quedándose atrapado el grueso de esa columna. Luego, una parte de ella sale por el mismo callejón, desviándose hacia las casas laterales de la calle Moisés García, porque la ametralladora que les impidió avanzar, no disparaba y probablemente quienes la usaron estaban muertos o habían huido dejando al descubierto ese tramo que los constitucionalistas debieron cruzar hacia el garaje, si las tropas norteamericanas no hubiesen intervenido como lo hicieron reemplazando al CEFA. El coronel Fernández Domínguez no murió ni temeraria ni imprudentemente, porque el imponderable de la intervención de los marines (el azar), torció el rumbo de una acción victoriosa. Pero de esa participación de los marines la tarde del 19 de mayo de 1965, y de la reacción del Presidente Johnson, desconcertado por la muerte de Fernández Domínguez, hablaremos en la próxima entrega.
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